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Se investigan los ladrillos fundamentales del Sistema Solar en Asturias

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OVIEDO, 30 (EUROPA PRESS)

«Es crucial entender los asteroides». Así de categórico se ha mostrado el doctor en Astrofísica e investigador del Instituto Universitario de Ciencias y Tecnologías Espaciales de Asturias (Ictea) Enrique Díez Alonso al ser preguntado por la importancia del estudio de estos cuerpos extraterrestres. Es crucial, ha resumido, porque son los «ladrillos» del origen del Sistema Solar y permiten indagar sobre sus comienzos, porque hay que conocerlos para defender a la Tierra ante un eventual impacto y porque en el futuro pueden explotarse mediante la minería espacial.

En una entrevista concedida a Europa Press con motivo de la conmemoración del Día Internacional de los Asteroides este domingo, el investigador ha explicado que estas formaciones rocosas son «fósiles de la formación del Sistema Solar» y, como tal, entenderlos es «muy importante» para conocer su historia.

Muchos de estos asteroides, ha explicado, se quedaron en su órbita alrededor del Sol sin llegar a formar objetos más grandes como planetas y satélites –principalmente en el cinturón de asteroides que separa a Marte de Júpiter– y entenderlos «da pistas» de la formación del Sistema Solar y cómo era en su origen.

Al margen, algunos de estos asteroides pasan muy cerca de la Tierra, lo que representa un «peligro potencial» de impacto contra el planeta del que, ha subrayado, hay que «ser consciente». «En el pasado ha ocurrido y seguirá ocurriendo», ha asegurado, indicando que si bien a escala temporal humana son «poco frecuentes», a escala terrestre, en miles de años, termina ocurriendo.

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Es por ello que el estudio de estos asteroides, de su tamaño, morfología y órbita, es necesario para desarrollar estrategias de alerta y defensa como la misión DART de la NASA, que hace dos años desvió la órbita de un sistema binario de un asteroide mediante el impacto de una nave enviada para ello.

El investigador de la Universidad de Oviedo ha asegurado que, si bien «a corto plazo no hay nada que vaya a impactar con la Tierra», es más probable que asteroides más pequeños –aquellos que no alcanzan el kilómetro de diámetro– impacten contra el planeta azul. Estos pequeños cuerpos rocosos son más difíciles de contabilizar, porque hay «miles de millones» y hasta que no están muy cerca, o impactan directamente con la Tierra, no se ven. Sin embargo, estos suelen desintegrarse al entrar en contacto con la atmósfera terrestre o dejar pequeños fragmentos que luego pueden ser recogidos para su análisis.

«Si fuera un gran asteroide, un objeto que pueda provocar una catástrofe global, tendría que tener varios kilómetros de diámetro. La buena suerte es que estos objetos los tenemos más o menos controlados», ha explicado, indicando que si alguno cambiase su órbita por algún encuentro con otro cuerpo y supusiera un riesgo, habría capacidad de reacción.

El equipo investigador del Ictea se centra en estudiar los cuerpos que se denominan ‘NEAS’, aquellos que se acercan a una distancia menor que la tercera parte de la que separa a la Tierra del Sol, mediante técnicas de análisis de la luz que reflejan procedente del Sol. Los investigadores hacen modelos sobre su geometría y la forma que tienen, y caracterizan su rotación, el periodo de rotación y a dónde apunta su eje. También analizan de qué están hechos a través de la toma de espectros.

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Actualmente, estiman que hay «miles» de asteroides con un diámetro mayor a 10 kilómetros, «decenas» que superan los 100 kilómetros y «miles de millones» con diámetros más pequeños. «Hay proyectos de búsqueda que patrullan el cielo continuamente», ha asegurado Díez.

LOS COMETAS SON «MUY PELIGROSOS»

Capítulo aparte merecen los cometas, unos cuerpos parecidos a los asteroides pero más peligrosos por lo complejo de su detección anticipada. Estos objetos, formados principalmente de hielo y polvo estelar residen en una especie de «cascarón» que está en los confines del Sistema Solar, denominado ‘Nube de Oort’.

El peligro reside, según el investigador del Ictea, en el hecho de que estos objetos pueden salir de su zona sin previo aviso, bien por un impacto con otro cuerpo que modifique su órbita, por el paso de un cuerpo que sin impactar pueda modificar la trayectoria, o bien porque su órbita es tan grande que puede abarcar «millones de años» y todavía no se ha llegado a observar desde la Tierra su recorrido completo.

Puede ocurrir, ha alertado Díez, que «de repente» uno de estos cometas emprenda una trayectoria cerca de la Tierra y deje sin «tiempo de reacción» a los patrulleros del cielo. Desde que un cuerpo de estas características se descubre hasta que llega a la zona más cercana al sol –el perihelio– puede pasar un año o año y medio, lo que da menos capacidad a los científicos de reaccionar y poner en marcha una misión para tratar de desviarlo. El investigador ha remarcado que la probabilidad de que esto ocurra es baja, «pero existe», al igual que «es obvio» que el Sol sufrirá una «gran explosión» en el futuro.

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LA BASURA ESPACIAL, UN RIESGO PARA LAS MISIONES

Entre los elementos que orbitan el Sistema Solar se encuentran también restos de «chatarra» que ha ido quedando suspendida fuera de la Tierra procedente de las misiones espaciales que se han emprendido desde el inicio de la carrera espacial en los años 50.

La basura espacial representa un riesgo para las propias misiones espaciales, ha indicado el investigador, ya que puede dañarlas. «Si estás en la Estación Espacial Internacional y te impacta un tornillo a 20 kilómetros por segundo, si hay un astronauta haciendo labores de reparación o en paseo espacial, el resultado va a ser fatal», ha alertado.

Esta «chatarra espacial», que también puede llegar a dañar satélites, no supone sin embargo un riesgo para la Tierra, independientemente del cuestionamiento ético que implica «dejar chatarra en órbitas cercanas a la Tierra». El investigador ha explicado que se trata de elementos «muy pequeños» como trozos de cohetes o satélites que, si impactan contra la Tierra, en su mayoría se volatilizan con su entrada en la atmósfera.


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