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Investigadores descartan el ecocidio de la civilización de la Isla de Pascua

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MADRID, 21 (SERVIMEDIA)

Un equipo de investigadores cuestiona la idea popular de que los habitantes de la Isla de Pascua, ubicada en la Polinesia y en medio del océano Pacífico, cometieron un ecocidio al esquilmar los recursos naturales con la llegada de los europeos en el siglo XVIII.

Hace unos 1.000 años, un pequeño grupo de polinesios navegó miles de kilómetros a través del Pacífico para establecerse en uno de los lugares más aislados del mundo: una pequeña isla previamente deshabitada a la que llamaron Rapa Nui. Allí erigieron cientos de ‘moai’ o gigantescas estatuas de piedra que ahora son famosas como emblemas de una civilización desaparecida.

Con el tiempo, su población se disparó hasta niveles insostenibles. Talaron todos los árboles, mataron a las aves marinas, agotaron los suelos y al final arruinaron su medio ambiente.

Su población y civilización colapsaron, y quedaron solo unos pocos miles de personas cuando los europeos encontraron la isla en 1722 y la llamaron Isla de Pascua.

Esa es la historia contada en estudios académicos y libros populares como ‘Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen’, de Jared Diamond y publicado en 2005.

Un nuevo estudio, publicado este viernes en la revista ‘Science Advances’, cuestiona esta narrativa de ecocidio al indicar que la población de Rapa Nui nunca alcanzó niveles insostenibles. En cambio, los colonos encontraron formas de hacer frente a los severos límites de la isla y mantuvieron una población pequeña y estable durante siglos.

BATATAS NUTRITIVAS

La evidencia está en un inventario recientemente sofisticado de ingeniosos ‘jardines de rocas’ donde los isleños cultivaban batatas altamente nutritivas, un alimento básico de su dieta. Los jardines cubrían solo un área suficiente para sustentar a unos pocos miles de personas.

«Esto muestra que la población nunca podría haber sido tan grande como algunas de las estimaciones anteriores», según Dylan Davis, investigador postdoctoral en arqueología en la Escuela del Clima de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), quien añade: “La lección es lo opuesto a la teoría del colapso. Las personas pudieron ser muy resilientes frente a recursos limitados modificando el entorno de una manera que ayudó”.

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Podría decirse que la Isla de Pascua es el lugar habitado más remoto de la Tierra y uno de los últimos en ser poblado por humanos, si no el último. La masa continental más cercana es el centro de Chile, a casi 3.700. A algo más de 5.100 kilómetros al oeste se encuentran las Islas Cook tropicales, de donde se cree que zarparon los colonos hacia Rapa Nui alrededor del año 1200 d.C.

La Isla de Pascua, de casi 164 kilómetros cuadrados, está hecha enteramente de roca volcánica, pero, a diferencia de exuberantes islas tropicales como Hawái y Tahití, las erupciones cesaron hace cientos de miles de años y los nutrientes minerales traídos por la lava hace tiempo que se erosionaron de los suelos. Situada en los subtrópicos, también es más seca que sus hermanas tropicales.

Para hacer las cosas más desafiantes, las aguas del océano circundante descienden abruptamente, lo que significa que los isleños tuvieron que trabajar más para capturar criaturas marinas que quienes viven en islas polinesias rodeadas de lagunas y arrecifes accesibles y productivos.

TÉCNICA USADA EN CANARIAS

Los colonos afrontaron esa situación con una técnica llamada jardinería de rocas o acolchado lítico. Consiste en esparcir rocas sobre superficies bajas que están al menos parcialmente protegidas de la niebla salina y el viento. En los intersticios entre las rocas plantaron batatas.

Algunas investigaciones han demostrado que las rocas, desde el tamaño de una pelota de golf hasta cantos rodados, perturban los vientos secos y crean flujos de aire turbulentos, lo que reduce las temperaturas superficiales más altas durante el día y aumenta las más bajas durante la noche.

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Los trozos más pequeños, partidos a mano, exponen superficies frescas cargadas de nutrientes minerales que se liberan en el suelo a medida que se desgasta. Algunos isleños todavía utilizan los jardines, pero incluso con toda esta mano de obra, su productividad es marginal.

Esa técnica también ha sido utilizada por pueblos indígenas de Nueva Zelanda, Canarias y el suroeste de Estados Unidos, entre otros lugares.

Algunos científicos han argumentado que la población de la Isla de Pascua alguna vez tuvo que haber sido mucho mayor que los cerca de 3.000 residentes observados por primera vez por los europeos, en parte debido a los enormes ‘moai’. Se habrían necesitado hordas de personas para construirlos.

En los últimos años, los investigadores han intentado estimar estas poblaciones en parte investigando la extensión y la capacidad de producción de los jardines de rocas. Los primeros europeos calcularon que cubrían un 10% de la isla. Un estudio de 2013, basado en imágenes satelitales visuales y de infrarrojo, cercano arrojó entre un 2,5% y un 12,5%, un amplio margen de error porque estos espectros distinguen solo áreas de roca de vegetación. Otro estudio realizado en 2017 identificó un 19% de la isla como apta para las batatas.

UNOS 3.000 HABITANTES

En el nuevo estudio, los investigadores analizaron el terreno de los jardines de rocas y sus características durante un periodo de cinco años. Luego emplearon modelos de aprendizaje automático para detectar jardines a través de imágenes satelitales sintonizadas con espectros infrarrojos de onda corta recientemente disponibles, que resaltan no solo las rocas, sino también los lugares con mayor humedad del suelo y nitrógeno, que son características clave de los jardines.

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Los investigadores concluyeron que los jardines de rocas ocupan apenas 0,8 kilómetros cuadrados. Con una serie de suposiciones, indican que, si toda la dieta se basara en batatas, estos huertos podrían haber sustentado a unas 2.000 personas.

Sin embargo, según los isótopos encontrados en huesos y dientes y otras evidencias, la gente en el pasado probablemente lograba obtener entre un 35% y un 45% de su dieta de fuentes marinas, y una pequeña cantidad de otros cultivos menos nutritivos, como plátanos, taro y caña de azúcar.

Si se tuvieran en cuenta estas fuentes, la capacidad de carga de la población habría aumentado a unas 3.000 personas, la cifra observada tras el contacto europeo.

Carl Lipo, arqueólogo de la Universidad de Binghamton (Estados Unidos) y coautor del estudio, señala que la idea del auge y caída de la población “todavía se está filtrando en la mente del público” y en campos como la ecología, pero los arqueólogos se están alejando silenciosamente de ella.

La acumulación de evidencia basada en la datación por radiocarbono de artefactos y restos humanos no respalda la idea de poblaciones enormes. «El estilo de vida de la gente debe haber sido increíblemente laborioso. Piensa en sentarte rompiendo rocas todo el día», recalca.

La población de la isla es ahora de casi 8.000 habitantes (más unos 100.000 turistas al año). La mayoría de los alimentos ahora se importan, pero algunos residentes todavía cultivan batatas en los antiguos jardines, una práctica que creció durante los confinamientos de 2020 y 2021 por la pandemia de la covid-19, cuando se restringieron las importaciones.


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